La Catrina
Poema original en inglés de Wilda Morris, traducción de Luisa Govela

Muerte Catrina, te contemplo en las vitrinas
por todo San Miguel de Allende.
Pamela grande, el ala ancha ladeada con coquetería,
y el atuendo elegante, muy entallado,
ciñendo tu silueta esquelética,
puros huesos sin carne alguna.
En una ventana, toda vestida de negro,
puedes darle a un visitante del norte del Río Bravo
la idea equivocada de ser una sombría figura doliente.
En cambio en otra, deslumbras,
ataviada con el más brillante azul o verde,
con guirnaldas de caléndulas, malvas rojas
y purpúreas pasionarias.

Calavera Catrina, sin ojos, pareces observarme
cuando me detengo a contemplarte.
Admiro tu garbo y elegancia, la excesiva longitud
de los dedos calcáreos,
a veces ocultos bajo guantes de seda.
Empezaste como una sátira, un recordatorio
de que no sólo los pobres acaban en la tumba.
Sin importar tu refinamiento europeo,
nada puede salvarte de la muerte,
tu destino terrenal postrero, igual al de tu servidumbre.

A veces paseas por las calles
de San Miguel, sólo por diversión,
o para recolectar monedas de los turistas,
quienes desean tomarse una foto contigo.
En los primeros días de noviembre,
desfilas con múltiples disfraces al unirte a los festejos
de la ciudad antigua. Preparas una ofrenda,
un altar donde honrar a los muertos,
aplaudes con la música de los mariachis,
con las bandas de tamboras
y con los errantes guitarristas.
Comes calaveritas de azúcar, Catrina,
y a todos nos recuerdas que la muerte
es una parte de la vida, a la cual no debemos temerle.


 


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